28 de septiembre de 2011

Paquillo, una historia de superación

Los amigos y compañeros que han compartido conmigo mis malos y buenos momentos saben qué clase de persona soy. Mis actos me definen y, aunque suena presuntuoso decirlo, soy una persona íntegra, un Gerente de los que ya no quedan.

Mi vida empieza hace 26 años en la maternidad de la clínica Ruber donde mi madre sufrió enormes dolores en el parto y, de hecho, el mismo parto fue tremendamente complicado. Los veinticuatro catedráticos de obstetricia de la universidad complutense, los tres equipos de matronas, los técnicos de la videoconferencia con el hospital Monte Sinai en New York, hasta la madre de alquiler le confirmó a mis padres que el parto fue muy complicado.

Gracias a Dios, vine al mundo un 14 de febrero. Mi madre le dijo a mi padre que era una clara muestra de su amor mutuo. Mi padre siempre me ha comentado que, sin duda, su cuarta mujer, mi madre, fue a la que más quiso. Ahora el pobre hombre vive retirado en la montaña con sus dos masajistas filipinos que son los únicos que le alivian de ese terrible dolor que tiene en las rodillas, los codos y las muñecas, producto de su intensa dedicación durante años al golf, al pádel, al esquí, la caza y la vela. A mi madre cuando salió de la clínica de desintoxicación y se apuntó a la secta del Gurú Ra-m'on le perdí la pista. Allá ella que nunca llama.

Mi infancia fue como la de un chico normal, jugando en la calle, al fútbol, a las chapas, al mira lo que le hago hacer a mi mayordomo. Si he de decir la verdad, en el colegio nunca destaqué. Recuerdo a mis diez años un terrible berrinche porque iba a suspender varias asignaturas. Se me pasó cuando descubrí que el colegio era de mi padre y nadie se atrevía a suspenderme. Con ese convencimiento y seguridad en mí mismo afronté posteriormente el instituto y luego la universidad.

Recuerdo mi adolescencia con mucho cariño. Mis dieciocho años fueron muy felices, mi primer Ferrari, mi inclusión en el equipo olímpico de Polo e incluso mis regatas de vela, pero, por encima de todo, Amanda fue lo mejor de mi adolescencia, sin duda. Sugerente, inteligente, sofisticada, picarona, era la sexta mujer de mi padre y nuestra relación fue fantástica. Tenía los mismos años que yo y era actriz. Había participado en varias series de películas, "Hasta el fondo III", "Campo de sueñonabos IV", entre otras. Intenté ver la primera parte para luego revisar toda la saga, pero no soporto a Kevin Costner, sólo tiene un par de pelis buenas, Waterworld y The Postman.

Tenía una novieta, Samantha. Era la hija de unos amigos de mis padres. Nos conocíamos prácticamente desde el colegio, nuestros inviernos en Baqueira Beret, los veranos en Mallorca, las fiestas en la discoteca light de la Moraleja con golosinas de importación: colombianas, mejicanas, afganas, birmanas... Nadie sabe lo que le pasó pero un buen día dejó la ropa de Versache y Dior, se enfundó un palestino y empezó a hablar de cosas como comercio justo, la igualdad entre los hombres, el respeto, no se lo pierdan, respeto. Al principio pensábamos que iba de hipy-guai por la vida y que todo era fachada, pero cuando renunció a la limusina por la bicicleta lo tuvimos claro. Sus padres la internaron en un psiquiátrico para ver si un tratamiento adecuado a base de lobotomías y psicofármacos la ponían en vereda. Por supuesto se despidió al profesor de filosofía del instituto y al de matemáticas, eran los que más pinta de "raros" tenían y seguro que ellos le habían metido esas ideas en la cabeza.

Perdí la pista de Samantha. La última noticia que tuve de ella fue que ganó el pleito a sus padres y vive como una "artista" underground en los Picos de Europa.

La universidad fue genial. La Católico-Suiza es la mejor universidad del mundo, teníamos fiestas todos los Lunes, Martes y Miércoles; los Jueves y los Viernes no había clase. Aprendí mucho en la facultad, cómo gestionar equipos, cómo ser un auténtico Consultor con Mayúsculas, controlar completamente las áreas de Management, Sales, Marketing, PI, EP, SOA, CRM, ERP, ECC, etc. Mi mejor examen fue en el que nos hicieron aprendernos siglas y luego las escribíamos todas de corrido en un folio. Aprobábamos todos y si además sabías lo que significaba alguna sigla te daban una chocolatina Suiza. De mi etapa en Yale no guardo tan grato recuerdo, querían hacerme estudiar los muy canallas. Menos mal que mi padre intercedió por mí. Tras la reunión de mi padre con el rectorado me dieron el Máster. Además estaba de suerte, la universidad construyó una nueva residencia de estudiantes en el campus de alto standing. Me sentía como en casa.

Mi época de estudiante universitario fue genial. Fui nombrado el estudiante más popular. En todos lados conocía chicas guapísimas y espabiladísimas que querían pasar ratos agradables conmigo, en mi Porsche, en mi ático del centro, en mi jet privado, en mi isla privada... Cuando se volvían aburridas el amigo ruso de mi padre les explicaba la situación. Me tuve que cambiar un par de veces de móvil y una vez hubo un asunto muy feo por culpa de una mojigata. Lo arregló el abogado de la familia, quedó claro que ella quería pasar un rato agradable conmigo y punto. Mis amigos eran de lo mejor que se puede tener, lo más guay y encantador de ese mes. Al mes siguiente pues otros más guays y encantadores, pero un gran hombre como yo tiene que aceptar la realidad de que realmente está solo en el mundo. En cierto modo me di cuenta de que soy un incomprendido.

Tras terminar mis estudios no me fui a vivir un año en plan mochilero para descubrir mundo y reconciliarme con la raza humana como hacen esos pseudo-molones de tres al cuarto que van de clase media-alta y realmente son tan working class como mis empleados. No, yo tomé el toro por los cuernos y le dije a mi padre que ya era hora de trabajar en los negocios familiares. Mi padre, con buen talante, me aconsejó foguearme en una empresa multinacional para coger experiencia y en unos años tomar las riendas del Holding transnacional de empresas de compra venta de productos de primera necesidad (trigo, maíz, leche, etc) propiedad de la familia.

Es sorprendente la cantidad de prejuicios que hay sobre un hombre adulto de veinticinco años que pretende que le hagan ejecutivo de una multinacional sin ninguna experiencia ni talento destacable. Fue la espera más larga de mi vida y la más amarga. Dos días después mi padre me vino con la noticia: iba a trabajar para una BigFour!!

En esta compañía, desempeñando mis labores, es como conocí a Armando y a Alberto, en una de las muchas reuniones que tenía al principio y en las que no me enteraba de nada. Ellos siempre llevaban la voz cantante.

Así que apliqué el sabio refrán Español: Arrímate a buen árbol y te dará buena sombra... el resto es historia.


Paquillo.


1 comentario:

  1. Paquillo, Paquillo... o ¿todavía prefieres lo de Sr Paco? Que poco te gustaba que te tutearamos cuando nos conocimos... Al principio la relación era un poco tensa, pero suele pasar cuando se encuentran dos mentes de semejante calibre.

    Y sin embargo, qué sería de nosotros sin ti, ahora mismo. Qué inicios los nuestros, junto al bueno de Mateos. Todavía recuerdo cuando le colocaste el SAP a aquella frutería de barrio. Y todavía fue más impresionaste cuando le vendiste el Solution Manager, unos meses después. Ahora es la segunda cadena más potente de su sector y... ahí nos tienes, desarrollándoles el módulo a medida SAP Fruits (que rápido aprendió a programar la señora Margarita ¡hasta de eso la convenciste!).

    Sin duda eres la pieza que le faltaba al puzzle, "El que vende".

    Tu amigo experto,
    Armando

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