Los amigos y compañeros que han compartido conmigo mis malos y buenos momentos saben qué clase de persona soy. Mis actos me definen y, aunque suena presuntuoso decirlo, soy una persona íntegra, un Gerente de los que ya no quedan.
Mi vida empieza hace 26 años en la maternidad de la clínica Ruber donde mi madre sufrió enormes dolores en el parto y, de hecho, el mismo parto fue tremendamente complicado. Los veinticuatro catedráticos de obstetricia de la universidad complutense, los tres equipos de matronas, los técnicos de la videoconferencia con el hospital Monte Sinai en New York, hasta la madre de alquiler le confirmó a mis padres que el parto fue muy complicado.
Gracias a Dios, vine al mundo un 14 de febrero. Mi madre le dijo a mi padre que era una clara muestra de su amor mutuo. Mi padre siempre me ha comentado que, sin duda, su cuarta mujer, mi madre, fue a la que más quiso. Ahora el pobre hombre vive retirado en la montaña con sus dos masajistas filipinos que son los únicos que le alivian de ese terrible dolor que tiene en las rodillas, los codos y las muñecas, producto de su intensa dedicación durante años al golf, al pádel, al esquí, la caza y la vela. A mi madre cuando salió de la clínica de desintoxicación y se apuntó a la secta del Gurú Ra-m'on le perdí la pista. Allá ella que nunca llama.